martes, 27 de octubre de 2015

ESPAÑA
 Veo en esta España masas idólatras de líderes populistas,  becerros de oro quiméricos que muestran sus mandamientos rompiendo en pedazos las almas de piedra que los observan. En esta España laica que no cree en ningún dios pero que vende demonios: la izquierda señalando con rencor al demonio de las derechas; la derecha increpando con desprecio y temor al demonio de las izquierdas. Ambas vendiendo lo mismo: odio. Veo en esta España amor fingido, ¿o no es eso la solidaridad? por los lejanos hambrientos y refugiados, descuidando al vecino en paro, dejando secar su propio jardin mirando a lo lejos; respondiendo como un autómata a las imágenes vendidas en los televisores y haciendo de ese modo el juego a quienes fabrican pobres, emigrantes y muertos. Veo muchedumbres pidiendo la independencia pero no veo ninguna persona independiente entre ellos. Gritan los gritos de otros, piensan intereses ajenos. Y los contrarios lo mismo: la unidad de un país con ciudadanos que no escuchan sus propios sentimientos. No es una sociedad sin Dios, es mucho peor que eso. Es una España sin alma, de niños sobreprotegidos educados para ser de mayores, en el amor y en el trabajo,  seres de fácil repuesto
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